EL MALTA EN GLENCAIRN   

   EL MALTA EN GLENCAIRN   

Una vez que ha empezado a remitir la potente fiebre del gin-tonic, combinado que ha prevalecido en estos últimos años en nuestro país de forma contundente, el whisky, ese olvidado de los bares españoles, ha asomado ligeramente la cabeza. Pero no nos interesa aquí el consumo más habitual de esta bebida, el del combinado con algún refresco, para lo cual se utiliza el whisky “blended”, o sea, mezcla de grano y malta, producto más asequible y de menor calidad que el “single malt”, que es el que sí nos interesa para presentar a nuestro protagonista: el maravilloso vaso Glencairn.

Mientras los combinados se consumen en diversos tipos de vaso y el whisky “blended” solo, con agua o con hielo se suele consumir en vasos anchos y bajos, nuestro preferido, el de malta, debe observarse con otra perspectiva completamente distinta. El malta –escocés a poder ser–  es un whisky de reposo y tranquilidad, ambos necesarios para absorber primero su aroma y luego su sabor, poco a poco, sorbo a sorbo y, si es posible, en un ambiente tranquilo y relajado, con o sin compañía. Para que la experiencia tenga éxito, uno ha de huir del hielo a toda prisa, y acercarse al agua con gran cautela, experimentando con unas gotas para descubrir las posibilidades del líquido ámbar. Unas veces el whisky se deja invadir con éxito por el agua y otras no tanto, pero para esto no hay reglas fijas: dependerá del whisky y de su graduación. Y como no queremos alterar la temperatura del preciado malta, usaremos agua a temperatura ambiente, nunca fría ni mucho menos caliente.

Tanta alquimia y experimento deben desarrollarse en el entorno idóneo, y ni un vaso alto y estrecho, de tubo, ni un vaso bajo y ancho (“tumbler”) serán nuestros aliados en estas batallas. Hará falta un recipiente que nos proporcione la posibilidad de absorber el aroma del líquido en toda su plenitud, por lo que se hace imprescindible que la boca del vaso sea estrecha. A su vez, la parte inferior ha de ser ancha, lo que proporcionará la posibilidad de hacer girar delicadamente el líquido para que envíe sus vapores hacia la salida. Asimismo, será necesaria una base suficientemente ancha para evitar el contacto de la mano con las paredes del vaso y el consiguiente calentamiento del líquido preciado. Si miramos al Glencairn, ese invento divino, veremos que lo tiene todo y tres cosas más: una figura esbelta, un brillo refulgente y, al tacto, una sensación de terciopelo. Una vez acomodado el whisky dentro, resulta en una sinfonía visual perfecta.

¿A alguien se le ocurriría beberse un cognac en un vaso largo? Pues estamos hablando de algo parecido. El Glencairn es definitivamente imprescindible si buscamos una experiencia completa con nuestro malta preferido, ese cuya calidad reclama  un recipiente que esté a su altura. En otras palabras, podríamos decir que es una obligación ineludible  para el aficionado al whisky auténtico. Un Lagavulin, un Bunnahabhain, un Caol Ila, un Octomore o un Gkendronach, y tantos y tantos otros whiskies de malta consumidos fuera de un Glencairn es algo que se acerca bastante a un crimen. Por favor, no lo cometan. 

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